Por Andrea Bravo | Octubre, 2018
En el territorio de la noche, cuando el tiempo se inmaterializa y los sentidos suelen estar alterados, se abre la posibilidad de espacios peculiares de empatía en los que las construcciones de clase y género se diluyen y dejan que todos participemos del ritual solemne del placer de ser. El advenimiento de lo insólito, diría Paz.
La fiesta es una burbuja encantada en donde los cuerpos desobedientes no sólo pasan desapercibidos, sino que se convierten en norma y las diferencias se resuelven en la comunión de una canción.
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Chikidrama, de Natalia Millán (México, 1986), es un proyecto de arte que ella llama prêt-a-porter y que rescata a la fiesta y la música como espacios de sublimación, catarsis y disidencia por medio de frases pegajosas estampadas en prendas unisex. La intención de este gesto es reproducir, en una playera,¹ la lógica del desorden y delirio que da lugar a vínculos más primarios en los que las diferencias se confrontan y luego se dejan ir.
Corriéndose de los feminismos radicales, Chikidrama se inscribe en un pensamiento de liberación que formula la disidencia desde el empoderamiento y emperijoyamiento del cuerpo. La estética de la coquetería para vacunar contra el juicio, las restricciones y el sabroseo. En esta movida —en la que se insertan prácticas como el perreo y el twerk— encuerar, adornar y menear el cuerpo son formas de reclamar su autonomía, el poder para administrarlo y gozar de él. Se lleva el vestuario al límite para refutar la cosificación de los cuerpos femeninos o feminizados; las indumentarias estrafalarias exigen una mirada que funciona para restituir la subjetividad hurtada y desmontar el victimismo.
Con una colección de colores y morfologías básicos (blancos, negros y patrones generales), las prendas de Chikidrama concentran la atención en frases rescatadas del repertorio de éxitos musicales en español de los noventa. Al amplificar fragmentos de sabiduría pop, Millán replantea los ejes de reflexión filosófica de una generación e investiga afectos y formas contemporáneas de hacer comunidad, de resistir y de resolver el conflicto.
Sin recurrir a frases explícitas del feminismo ni a consignas políticas,² la propuesta de Millán utiliza la prenda insignia de las subculturas setenteras³ —que exuda juventud y rebelión— no para demostrar afiliaciones, sino para interpelar las prácticas y relaciones culturales hegemónicas por medio de la celebración. A diferencia de propuestas artísticas similares como la playera «The Advantages of being a Woman» de las Guerilla Girls en la década de los ochenta, Chikidrama apela a un activismo afectivo, catártico y resolutivo que no entiende el feminismo como una guerra sino como un espacio para el goce.
En este sentido, el proyecto perfila a la fiesta como un espacio político indiscriminatorio en el que con alto volumen y sin necesidad de teoría pesada se deconstruyen géneros, se replantean estereotipos (como lo bello, lo feo, lo prudente, lo sexy, lo inteligente o de buen gusto) y los cuerpos se empoderan y comulgan más allá de los códigos socioculturales. En palabras de la artista, Chikidrama es una marca queer en la medida en que ni el sexo biológico ni el tamaño del cuerpo son factores en la ecuación de consumo. Las prendas no están marcadas con una talla o género, todas utilizan tipografías chillantes y devienen de patrones generales, obligando al interesado a probarse la ropa y decidir, con el cuerpo vestido, si se la lleva.
Prácticas como la de Millán, que no se definen estrictamente como feministas pero que crean imágenes que sin anunciarlo ni pedir permiso desmoronan constructos culturales y fundamentos discriminatorios, se insertan en una historia del arte que ha ampliado el espectro de representación del activismo artístico feminista. Estas nuevas estéticas buscan trascender el espacio de enunciación del trauma que inauguraron las prácticas feministas de los setenta para dar lugar a acciones específicas y cotidianas que permitan visibilizar los abusos sin detenerse demasiado a saborear la queja. La atención se concentra en idear espacios para la fantasía, el placer y el regodeo de los cuerpos.
Así, Chikidrama toma ventaja del potencial subversivo de una playera estampada para filtrar a la vida diaria y polarizada espacios de dispersión en los que la carga pesada del snobismo (de género y clase) se disuelve para dar pie a lugares de empatía y catarsis que no sólo promueven la emancipación e irreverencia de los cuerpos, proponen también otras maneras de dialogar y resolver el conflicto.
Recientemente, Natalia Millán presentó una versión de Chikidrama en la muestra El derecho ajeno I Das Recht des Anderen en el Instituto Cultural Mexicano de Viena, en la que estampó la célebre frase republicana en alemán con tipografía gótica para incomodar y explorar cuestiones de colonialismo y discriminación.
Foto: Cortesía.
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¹ Y derivados: ombligueras, vestidos, morrales, sudaderas, blusas y suéteres.
² En los últimos dos años el uso de playeras para filtrar a la calle mensajes feministas e inclusivos se ha convertido en una práctica común de casas de moda y proyectos independientes. En algunos casos, el gesto de la repetición masiva de los mensajes ha provocado que estos se vacíen de contenido y tengan el efecto de un eslogan más que el de una consigna política.
³ Históricamente, el uso de las playeras gráficas ha estado asociado con los movimientos juveniles y contraculturales de la década de los setenta cuando estos lienzos neutros se comenzaron a utilizar para asociarse a un movimiento o tribu específico dependiendo del estampado.
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Andrea Bravo es editora y gestora cultural. Su trabajo se centra en los espacios de cruce y diálogo entre arte, diseño, moda y artesanía en Latinoamérica. Actualmente cursa el posgrado en Sociología del diseño en la Universidad de Buenos Aires.