Por Adriana Melchor Betancourt | Septiembre, 2018
Así como los libros, los temas también nos escogen. Aunque a veces son varios a la vez y uno parece que gravita entre ellos. Sería más responsable trabajar exclusivamente con uno y llevarlo lo más lejos posible para poder apropiarse de él y convertirse en especialista. Sin embargo, me parece que son las trayectorias y los intersticios que se generan entre ellos las áreas más interesantes a problematizar. El cuerpo de obra de Lucía Hinojosa (México, 1987) opera de esta manera, y con más precisión, desde la creación de constelaciones de trabajo.
Su estudio habita en un edificio histórico que casi cumple 100 años. Toco la puerta, hace un par de minutos uno de sus vecinos me dejó entrar sin anunciarme. La tomo de sorpresa. El espacio tiene techos altos y grandes ventanales por los que entra una luz increíble. Me gusta mucho. En los muros están dispuestas algunas de sus obras, bocetos, textos, notas y otros elementos que me hacen recorrer las paredes una y otra vez; de arriba abajo y luego a la mitad. Me doy vuelta y la mirada me lleva en una diagonal hacia un par de mesas con más piezas.
«Del tiempo lo que me interesa es el ritmo», me dice Lucía. Comenzamos a platicar alrededor de un electrocardiograma que es casi como una partitura con anotaciones a mano. Entrainment trata de la reacción de su pulso al leer un par de obras literarias, previamente seleccionadas por personas cercanas a ella. Después me presta unos audífonos para escuchar sus palpitaciones, el sonido tiene efectos sobre mí: al principio son rápidas y entonces siento un poco de nervios, pero luego éstas se van pausando y vuelvo a relajarme.
El lenguaje, la literatura y en particular la poesía son temas recurrentes en la práctica de Lucía. Uno de los proyectos en los que más nos detuvimos fue Land Waste The, que trabaja precisamente a partir del poema de T.S. Elliot, The Waste Land de 1922. Y justo esta pieza de largo aliento es un ejemplo de las trayectorias que establece entre sus obras e intereses. En el muro están colgadas una serie de fotografías que aluden a la última sección de la obra de Elliot.
Estas imágenes muestran extractos de las estrofas del poeta desintegrados por la hojarasca de un campo. Aquí están vertidas reflexiones sobre la erosión, el medio ambiente y la memoria, pulsiones que acompañan varias de las preguntas que la artista problematiza. Lucía me cuenta del viaje que realizó a la India, lugar en donde llevó a cabo esta acción, y relata que las páginas de “What The Thunder Said”, fueron arrojadas a la intemperie para ser consumidas por el ambiente, el tiempo y sus circunstancias. El registro de estos vestigios son las imágenes cuidadosamente compuestas en color y encuadre.
La exploración de los efectos de la materia sobre las superficies es la constante en la obra de Lucía. Sobre todo, el hielo (o el agua) es un elemento que parece estar muy presente. Una de las piezas más poéticas al respecto es Manifesto, una serie de fotografías y versos publicados en la revista The River Rail que dan cuenta de una historia muy particular.
Algunos puestos ambulantes de comida y refrescos necesitan un bloque de hielo para comenzar el día. Una sección de éste se pica para arrojarlo a una tarja y cubrir las bebidas para mantenerlas frescas para el cliente. Este monolito gélido acompaña todo el día al marchante, permanece a su lado hasta consumirse poco a poco y formar un charco alrededor del precario establecimiento. A veces se erosiona por completo, según el clima, y otras veces si aún tiene forma es despachado cerca de una alcantarilla para que se convierta en desagüe. Al día siguiente llegará otro para consumirse de nuevo durante una jornada laboral.
Lucía también congela textos (y película fílmica) que luego guarda en la nevera por un tiempo y después descongela. El resultado son unos soportes de inscripción arrugados por la presión del agua que alguna vez existió entre su superficie, una suerte de ausencia o de espacio negativo haciendo presencia. Además de explorar la materialidad del texto y sus reacciones ambientales, estas inquietudes son trasladadas también a reflexiones sobre los soportes de la imagen en movimiento, de la imagen secuencial y la pantalla.
Me cuenta que su padre es cineasta, por muchos años utilizó dos maletas en donde guardaba sus cámaras y supongo otros materiales para filmaciones. Una de las maletas tenía escrito «cámara crema» y la otra «nueva». Ambas pasaron a sus manos pero en lugar de continuar su función, fueron utilizadas como tinas llenas de agua en donde fueron vertidas diapositivas con imágenes de momentos familiares. Lucía dice que a medida que cambiaba o rellenaba la maleta con agua, la emulsión de la película se degradaba provocando variaciones de colores sobre el líquido. Ahora lo que queda son unas micas y los marcos que alguna vez contuvieron aquellas memorias familiares. Una acción no apta para todo aquel que padezca de nostalgia.
El video Fragments (Ganges) es una de las últimas piezas que me muestra, me prepara un banquito de madera que se usa para meditación —cabe mencionar que Lucía es también instructora de yoga—, me coloca en posición (una que es muy cómoda) y me proyecta una serie de imágenes de la India, una extracción de versos nuevamente de “What The Thunder Said” y otras líneas de Lucía que le responden a Elliot. Leo He who was living is now dead… mientras se escuchan una serie de paisajes sonoros.
Le pregunto sobre unos clavos que tiene sobre la pared en donde están dibujadas anotaciones sobre el tiempo. Es curioso, ahora que nos ha caído la noche la luz artificial provoca dos sombras del clavo, revelando justo tres tiempos. La sincronía es una de las nociones que Lucía también explora, esta idea sobre la coincidencia en el «tiempo exacto» que de momento parece azaroso. Le comento que este fenómeno me hace pensar en la improvisación musical, que no es el imprevisto o impulsivo fortuito, sino la escucha atenta al otro instrumento para poder reaccionar a partir de una pauta y coincidir o sincronizar un tipo de «armonía». «Justo esas son las cosas que me pregunto», me responde Lucía, que con su escritura juega con el lenguaje y la significación de las palabras. Ya es tarde.
Por último, Lucía incorpora a su práctica la edición de revistas. Disonare es un proyecto editorial que fundó, junto con el escritor y editor Diego Gerard, en el que llevan rato trabajando, además de otras iniciativas de promoción editorial como Mochi-LA; de igual manera, escribe reseñas, críticas y poesía en publicaciones estadounidenses. Salgo de su estudio hacia el metro pensando que me fui de navegación y recorrí muchos lugares situados en un gran archipiélago. Reitero que sus procesos artísticos tratan sobre la construcción de constelaciones o cartografías: una obra se ramifica en otra(s) y regresa de nuevo, como un periplo pero nunca igual.
Fotos de estudio: Adriana Melchor.
Imágenes de obra: luciahinojosa.com