Agosto, 2018
A principios de agosto en una madrugada fría del invierno porteño, los senadores argentinos votaron en contra de la propuesta de ley para despenalizar y legalizar el aborto después de meses de debate intenso dentro y fuera del Congreso. Una semana antes, en el verano de la Ciudad de México, Ad Minoliti (Buenos Aires, 1980) inauguró Modelo colectivo para una institución afectiva (ensayo no. 1) en la Sala de Arte Público Siqueiros en el marco de Proyecto Fachada. La propuesta es una intervención feminista que viste el muro principal de la SAPS con un triángulo verde invertido de la misma manera que miles[1] de pañuelos verdes pintaron la ciudad de Buenos Aires durante los últimos meses acompañando el debate en apoyo a la legalización.
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En Argentina, la historia del triángulo de tela como símbolo de comunidad y movilización femenina se remonta a finales de los setenta cuando las Madres de Plaza de Mayo plantearon el uso de pañales/pañuelos blancos para visibilizar y compartir su tragedia. Durante los años de dictadura el pañuelo blanco se usó como símbolo de lucha política obstinada y complicidad afectiva. En los primeros años de los dosmiles las militantes de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito de Argentina retomaron la figura del isósceles en el XVIII Encuentro Nacional de Mujeres[2] para representar la lucha por los derechos reproductivos de las mujeres y cuerpos gestantes. Se dice que lo pintaron de verde porque ese color no estaba tomado por otros movimientos.
Desde entonces los «pañuelazos» han sido frecuentes en las manifestaciones feministas en Argentina con eco en otras partes del mundo, sobre todo, a partir del movimiento Ni Una Menos en junio de 2015. Sin embargo, desde febrero de este año cuando se habilitó el debate sobre la legalización del aborto en el Congreso, la figura del pañuelo verde dio un giro más en la historia de su adopción. Conforme las fechas de votación se acercaron,[3] la presencia de los pañuelos se reprodujo exponencialmente en las mochilas, muñecas y cuellos de las argentinas haciendo evidente que el feminismo de hoy es un movimiento joven, diverso y masivo. En ese pedacito de tela —que se consigue por 50 pesos en cualquier esquina de la ciudad— se concentran y comparten las quejas, demandas y fantasías de una sociedad que ya no da más con las condiciones desiguales y violentas que perpetua el modelo patriarcal. El pañuelo verde en las calles materializa el placer de estar juntas, el deseo loco de experimentar con libertad el cuerpo propio y la fantasía de gozar sin miedo.
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Una tarde en su taller, Ad me cuenta que desde hace casi una década, tomando como referente el movimiento Madí y el Arte Concreto, se ha plantado desde el lenguaje geométrico y la abstracción para deconstruir un discurso que piensa el género en términos binarios, además de permitir abrir un espacio de representación a todos los cuerpos que quedan fuera de los márgenes del pensamiento moderno. En este marco, la argentina se ha valido de la densidad formal e histórica del triángulo para descolocar las ideas tradicionales del cuerpo, el placer y las sexualidades. La simpleza de tres líneas que se acarician apenas con la punta le permite proyectar sobre su área imaginarios de cualquier tipo.
Con el provecho de la feliz sincronía, en Modelo colectivo para una institución afectiva Minoliti traslada el espesor discursivo del pañuelo verde a la fachada de la SAPS con la intención de visibilizar y revertir las formas verticales y patriarcales que aún moldean también a la esfera del arte. El gesto no es menor si se considera que el espacio es una trinchera importante del muralismo —figurativo y masculino— que arrancó hace casi un siglo. Con el objeto de hacer la crítica más incisiva y llevarla de la fachada a las salas, la intervención cruza la puerta y propone también la ocupación sensible de la sala de lectura así como la tienda del museo.
El feminismo que se ha gestado en los últimos años está lejos del de las olas académicas de otras décadas que buscaban un lugar en el mundo de los hombres. El movimiento del pañuelo verde es popular y está representado en su mayoría por una marea de adolescentes que habita las calles y tiene ganas de transformarlo todo. Este movimiento se pinta la cara con diamantina y opera con el espíritu de sororidad,[4] asambleísmo y colaboración como principales estrategias de acción política y resistencia. Siguiendo esta línea, la propuesta de Minoliti para la tienda del museo apela a una ocupación feminista en la que el trabajo personal se hilvana para crear un tejido sólido y público que les permite a las productoras abrirse los espacios y generarse oportunidades que el contexto todavía no ofrece.
Bajo la idea de generar una microeconomía feminista, Ad Minoliti convocó de boca en boca a diseñadoras, editoras, fotógrafas y activistas para vender sus productos sin más criterio de selección que las ganas de participar. En esta dinámica, que toma como referente el proyecto Kiosco de Artistas (KDA) de Diana Aisenberg, cada una de las más de treinta productoras es retribuida con el 100% de las ganancias generadas por sus productos. La acción, que es simbólica por su temporalidad y alcance, tiene potencia en tanto que se presenta como una alternativa para remontar las discriminaciones y la representación desproporcionada de mujeres artistas en los circuitos comerciales, pero también, en los concursos, colecciones, ferias, premios y curadurías artísticas.
Por otro lado, para la sala de lectura Minoliti propone sustituir los materiales de consulta habituales (lecturas intelectuales de la izquierda latinoamericana) por fanzines color pastel, manuales do it yourself y otras publicaciones flamantes de editoriales independientes que también se venden en la tienda. El canje de textos subraya la obsolescencia de un paradigma que proyectaba ideales —revolucionarios en su momento, pero mezquinos para el nuestro— de un puñado de hombres retratados en blanco y negro con pinceles en la mano. En contrapunto, la literatura propuesta es de autorxs de cabellos decolorados y sexualidades fluidas que miran otras formas de identificarse, amar, producir y acumular. Su discurso se construye poniendo en tensión la protesta y la imaginación. Se recrimina toda herencia patriarcal y se imaginan paraísos geométricos.
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En tiempos en que el reordenamiento de los roles de género sigue sin ser equitativo,[5] es necesario que la queja aparezca en todos lados: el museo, la calle, la casa, la cama… para hacer evidentes los actos de opresión naturalizados. Es importante desarrollar estrategias que evadan las acciones igualitarias como gestos de amabilidad. Es imprescindible, también, dar lugar y saber nombrar a los otros cuerpos que históricamente han estado fuera de los marcos de representación. Funciona estar juntas y estar juntes, apostar a la estética del compañerismo y colgarse un pañuelo verde. Para discrepar la violencia desde cualquier nivel —desde la violencia por omisión hasta la física—, es trascendental discutir desde nuestra cotidianeidad las heridas que ha perpetrado un modelo ideado y dominado por un sólo género, y que señalemos además lo que hace falta por lograr. Este es el momento de exigir.
Pero, no será posible transformar las corporalidades y subjetividades si no se toma en cuenta a todas, todes y todos los cuerpos. En las disputas siempre hay alguien que gana y alguien que pierde, por lo general el perdedor siempre pide la revancha. Para hacer una revolución comencemos a pensar cómo habilitar un diálogo político y estético que hoy se percibe imposible. Mientras llega el momento, ocupemos los espacios públicos y privados de México, Argentina y del mundo, juntas y con nuestros pañuelos verdes.
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[1] El cálculo no es exacto, pero se dice que se llegó al millón.
[2] Los Encuentros de Mujeres en Argentina son experiencias únicas. Se llevan a cabo cada octubre desde hace 33 años en diferentes ciudades del país como asambleas de diálogo horizontal donde se comparte y debate la experiencia de ser mujer en el mundo.
[3] Los diputados votaron a favor de la ley otorgando la media sanción el 13 de junio 2018 con 129 votos a favor, 125 en contra, uno ausente y una abstención. El 8 de agosto del mismo año los senadores rechazaron la ley con 38 votos en contra y 31 a favor.
[4] Para Marta Dillon el término sororidad no es pertinente para nombrar el fenómeno, pues se deriva de una categoría femenina formateada por el imaginario patriarcal que no cuestiona lo que significa ser mujer. La palabra surge en los claustros de mujeres en contrapartida al concepto fraternidad (que se refiere a la asociación de frailes).
[5] Los movimientos feministas se han diversificado y transformado de manera significativa en los últimos años mientras que las masculinidades, a nivel general, se han quedado estáticas.
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Andrea Bravo es editora y gestora cultural. Su trabajo se centra en los espacios de cruce y diálogo entre arte, diseño, moda y artesanía en Latinoamérica. Actualmente cursa el posgrado en Sociología del diseño en la Universidad de Buenos Aires.