Por Mónica Amieva | Diciembre, 2016
Más que un balance crítico de 2016, como el que en este medio ha escrito Brenda Caro Cocotle hace apenas unas semanas, quisiera compartir algunas reflexiones sobre programas, proyectos e iniciativas pedagógicas y editoriales alentadoras que, en mi perspectiva no han sido suficientemente reconocidas. En este caso, esta revisión parte del supuesto de que todos los que participamos de la institucionalidad del arte, operamos en ésta por medio de una red laboral que acota nuestra visión de acuerdo a afinidades e intereses compartidos. Si bien me enfocaré en aquellos programas que he podido acompañar ya sea por intereses particulares o debido a la cercanía de las afinidades subjetivas, vale la pena traer a la luz estas iniciativas debido a que han contribuido a reformular otros modelos de trabajo, algunas veces cuestionando y en otras negociando con las precariedades y las censuras o autocensuras, —como bien menciona Brenda Caro en su balance—, entre otras complejas contradicciones y adversidades. En este sentido, parto de que el ejercicio crítico puede ser también reconocer y aprender del esfuerzo y la perseverancia de los colegas que insisten en explorar la capacidad de transformar, aunque sea parcialmente, nuestras instituciones.
Comenzando por el panorama de los museos considero que este año hubo pocos programas contundentes y consecuentes con una misión institucional salvo algunas excepciones. La primera perteneciente a la red de museos de la Secretaría de Cultura y el INBA, la constituye el Proyecto Siqueiros. Sala de Arte Público Siqueiros–La Tallera, que a partir del diálogo crítico que tiene como telón de fondo la politización estética de David Alfaro Siqueiros, ha logrado generar un planteamiento institucional coherente con su vocación en la medida en que los proyectos artísticos han problematizado las relaciones entre arte y política en nuestro país y en Latinoamérica.
En el caso de la red de museos y centros culturales de la UNAM otra excepción es la programación de artes visuales sostenida con un mínimo de recursos humanos, a lo largo cuatro años en el departamento de artes visuales de la Casa del Lago. En este periodo de manera constante, se han desarrollado una serie de proyectos y exposiciones en su mayoría integrado por artistas nacionales, que han tenido como líneas de trabajo no únicamente las relaciones entre el arte y el medio ambiente, sino la toma de riesgos en los experimentos expositivos que han complejizado y cuestionado tanto las reglas del juego de los modelos de operación del trabajo artístico y curatorial, como las divisiones de los roles habitualmente asignados a esos modelos. El Museo Experimental el Eco es otra de las instituciones que ha mantenido una programación expositiva, editorial y de residencias coherente con su vocación de laboratorio. Cabe mencionar que si bien esta institución tuvo una programación truncada debido a la rehabilitación de su sala principal en el segundo semestre del año, tal coyuntura se aprovechó para generar una nueva iniciativa, el Programa de exposiciones Sala Mont. Este programa enfocado en artistas jóvenes operó de agosto a noviembre, y dio cabida a la obra de artistas de Guanajuato, del Estado y la Ciudad de México, como Carolina Berrocal, Luis Campos, Carmen Huízar, Betzabeth Torres, María Emilia García y Víctor del Moral.
Reitero que tomo en consideración programas de instituciones y no solamente exposiciones aisladas, pues pienso que éste es un ejercicio de autocrítica referido al escrutinio de la coherencia de los programas, en tanto que implica someter a prueba los alcances y la responsabilidad pública de nuestras instituciones culturales. De ser así, mencionaría de manera tangencial, algunas exposiciones relevantes, a pesar de la falta de claridad de los programa de las instituciones en las que se circunscriben. Por mencionar sólo algunas, comenzaría por destacar iniciativas como las que actualizaron nuestra mirada sobre el legado de críticos como Paul Westheim. El sentido de la forma, curada por Natalia de la Rosa y Gonzalo Vélez; y Juan Acha: por una nueva problemática artística, curada por los Yacusis, grupo de estudios sub-críticos con base en Bikini Wax, ambas en el Museo de Arte Moderno. También la exposición, el acompañamiento pedagógico y, sobre todo, la publicación de Los parques de Noguchi. Esta muestra curada por Manuela Moscoso en el Museo Tamayo Arte Contemporáneo, logró abrir discusiones sobre las dimensiones lúdicas y participativas de la escultura pública en la obra de Isamu Noguchi. Habría que mencionar otros casos aislados como las revisiones del cuerpo de obra de artistas mexicanas como Mónica Meyer en la exposición “retrocolectiva” Si tiene dudas…. Pregunte, curada por Karen Cordero en el MUAC; y, Hemisferio: Apuntes para un laberinto de Silvia Gruner, curada por Tatiana Cuevas y Gabriela Rangel en el Museo Amparo y la Americas Society. Señalo estos casos de manera aislada puesto que discutir la vocación y programación de los “grandes escaparates” resulta bastante problemático o, por lo menos, difícil de discernir. Sin duda alguna los programas propositivos desde hace tiempo tienen lugar en “instituciones menores” o espacios no gubernamentales, autogestivos, que han quedado fuera de esta reflexión. En los “grandes museos” sólo hemos visto desfilar exposiciones que bien podrían itinerar del sur de la Ciudad de México a Polanco.
En este año también se realizaron reestructuras de plataformas ya existentes como el Patronato de Arte Contemporáneo (PAC), que no sólo reformuló oportunamente sus bases operativas, sino que descentralizó los espacios de diálogo del SITAC XIII Nadie es inocente. Asimismo, el Espacio de Arte Contemporáneo (ESPAC), que inició hace décadas como una colección y que con los años se ha convertido en una organización independiente sin fines de lucro, que ahora se dedicada a coleccionar, estudiar y difundir la producción artística actual. A pesar de su corta vida, esta iniciativa ha mostrado claridad en su visión a partir de tres ejes de trabajo que consisten en: un programa de “Pintura contemporánea” que cuestiona las maniqueas narrativas pictóricas supeditadas a la oposición pintura y conceptualismo (1); las exposiciones en torno a “Nuevas propuestas” como la indagación curatorial de Esteban King, Una red de líneas que se intersectan (2), y, por último, una nueva iniciativa enfocada en revisar el lugar de las prácticas artísticas audiovisuales en los espacios de exhibición museográficos (3). Con respecto a las nuevas iniciativas el Programa cultural de FEMSA sumó a sus líneas de trabajo, Estancia FEMSA, un proyecto artístico y editorial auspiciado por la Casa Luis Barragán; así como un Programa Curatorial que formó parte de la reestructuración de la XII Bienal FEMSA, en esta ocasión titulado Poéticas del decrecimiento. ¿Cómo vivir mejor con menos? Tal programa se configuró con base en tres plataformas: la exposición, un programa público que discutió los modelos de las bienales, y Lugar Común, un nuevo espacio en Monterrey, una casa donde se realizaron convivios, talleres, publicaciones y exposiciones de artistas locales e internacionales en residencia y que continuará operando como un espacio independiente una vez finalizada la Bienal.
Finalmente, en el campo editorial tanto el libro La tiranía del sentido común: La reconversión neoliberal de México de Irmgard Emmelhainz; como Los comunes digitales: nuevas ecologías del trabajo artístico de Alberto López Cuenca; y la recientemente creada publicación semestral, [Islario], producida para divulgar los despojos del agua, la tierra y los territorios en América Latina y el Caribe, editada por Ariadna Ramonetti en colaboración con el Taller de Producción Editorial (TPE), aportaron tres herramientas de comprensión y confrontación necesarias para reconocer responsabilidades y posicionamientos éticos de la teoría frente a nuestras urgencias inmediatas que, en muchos casos, van más allá el campo artístico.
Foto principal: Juan Acha: por una nueva problemática artística, cortesía: Ramiro Chaves.