Por Andrea García Cuevas / @androclesgc | Octubre, 2016
Desde las artes visuales hasta un programa multidisciplinario que contempla música, danza, poesía y cine, Casa del Lago se ha emplazado como un espacio universitario abierto a la reflexión de distintos temas, entrecruzado, especialmente, el arte con el medio ambiente. Su directora, Julieta Giménez Cacho nos platica a detalle la misión de este centro cultural.
Casa del Lago es un sitio complejo, no sólo por su carácter de centro cultural sino también por su ubicación. ¿Cuáles son los retos y posibilidades que ofrece gestionar un espacio como éste?
Sus posibilidades son enormes, casi infinitas, sobre todo por el lugar en el que está ubicado, en pleno Bosque de Chapultepec: se pude atender a un público súper diverso y tenemos foros muy distintos, desde espacios al aire libre hasta una casa que es un edificio histórico. Podría hablar de todo lo que hacemos, pero lo importante es que cada actividad tiene mucho potencial. Tampoco se puede hacer todo, porque dentro de esas posibilidades o ese potencial hay un cierto nivel de recursos tanto humanos como financieros que no son infinitos. Y a partir de eso tenemos que trabajar.
Por otro lado, una dificultad es que tenemos que atender a gente muy diversa. Nosotros no ofrecemos actividades absolutamente para todo público y todos los gustos, no es algo posible. Lo interesante de un espacio es que defina su vocación, que cada vez adquiera más peso a través de ella y que la gente sepa, de alguna manera, qué puede encontrar aquí y note que hay una línea de funcionamiento y una intencionalidad.
Durante los 4 años que has dirigido la Casa del Lago, ¿cuál ha sido tu experiencia con respecto a la relación con el entorno y las audiencias que convoca el contexto?
Cuando llegué pensé que había que darle una definición sin olvidar los orígenes del espacio: desde 1959, cuando se fundó, se planteó como un lugar de multidisciplina. Así, dentro de esa línea, propuse el eje de arte y medio ambiente, pero con un criterio o definición de medio ambiente en un amplio sentido, no sólo enfocado en temas de sustentabilidad o biología, sino plantearlo como un sistema que está construido por elementos humanos, naturales y artificiales, y cómo éstos se interrelacionan y son modificados por el hombre.
En este contexto, podemos trabajar temas como el consumo, la alimentación, la agricultura (una de nuestra nuevas exposiciones es de agricultura y alimentos), el trabajo, el ocio, el consumo de sustancias que alteran la percepción, la vejez, etc. Es decir, entornos o situaciones que son de interés para lo cotidiano. Y lo abordamos fundamentalmente a través de las artes visuales, pero también por medio de obras de teatro, en ocasiones por medio de la música —a veces hay agrupaciones que tienen la inquietud y en su trabajo hay una conexión con las problemáticas cotidianas—, en el cine —tenemos una sala de cine con 60 butacas que tiene un enfoque hacia lo documental—, etc.
Precisamente, uno de los programas que han caracterizado tu gestión es el proyecto arte + medio ambiente, que se lleva a cabo junto con FLORA ars + natura en Colombia. ¿Cuáles son los ejes que rigen una colaboración de este tipo?
Desde que se fundó Flora por José Roca, en una casa propia en Honda —una pequeña ciudad al lado del río Magdalena, que en el siglo XIX fue muy importante por el movimiento de transportación—, el proyecto está completamente ligado al arte y la naturaleza. Nos contactamos con él y desde el principio decidimos plantear una residencia a través de una convocatoria pública en la que solicitamos a los artistas que envíen un proyecto enfocado para realizar en Flora. Una vez seleccionados, realizan una residencia de cinco semanas en Honda; el resultado se presenta inicialmente en la sede de Bogotá de Flora y después en Casa del Lago, con una exposición. La residencia la han ganado Tania Candiani, Eduardo Abaroa, José Jiménez —cuya exposición terminó recientemente— y este año la residencia, de julio a agosto, fue para Ling Sepúlveda, cuya exposición se presentará el próximo año.
Un aspecto importante es que todos los artistas que Víctor Palacios, nuestro curador, elige y con los que trabajamos en Casa del Lago están inmersos en el arte contemporáneo y sus dinámicas involucran un proceso de investigación profunda. Los proyectos que se seleccionan para Flora también tienen esa característica. Además, junto con las exposiciones, programamos actividades paralelas a las que invitamos a gente de diferentes disciplinas para que, a partir de las propuestas artísticas, se pueda abordar una temática desde otras aristas. De esa manera, se pueden concretar ciertas cosas o, por lo menos, darnos cuenta de dónde estamos, hacemos más comunidad, buscar posibilidades.
Por otro lado, tenemos un proyecto muy interesante: Batiente, que son banderas. El edificio histórico de la Casa del Lago tiene un asta bandera donde colocamos banderas de artistas, tres durante el año —sólo en septiembre hondea la bandera nacional de México. Para el izamiento siempre se realiza una ceremonia o performance, cada artista decide cómo se lleva a cabo en función del significado de la bandera. Actualmente tenemos una nueva bandera del artista alemán Christoph Faulhaber, que forma parte del año dual Alemania-México. Además de la bandera, también tendrá una pieza en los jardines y otra al interior. Es un artista que trabaja con el tema de la seguridad y la inseguridad.
Los artistas que seleccionamos siempre tienen algo provocador, buscan detonar un cuestionamiento o reflexión a partir de lo que aquí presentamos. Recientemente tuvimos la inauguración de la exposición sobre agricultura y alimentación, que se llama Prácticas de campo, donde, por ejemplo, hay una pieza de Iván Puig que es una máquina que convierte refresco (una Coca-Cola) en agua pura, potable. La máquina estará activa para que la gente pueda ver cómo podemos deshacernos de una melcocha que lo único que hace es lastimar la salud y la vida. Por su parte, en la sala 3 tenemos al grupo Operación Hormiga con la exposición Es tiempo de administrar la abundancia, en la que cuestiona el sistema financiero mexicano y mundial. Generalmente, esta sala está destinada para presentar el trabajo de grupos de autogestión, de artistas, arquitectos, comunicadores, que trabajan durante 3 meses para mostrar un proyecto, mientras también están activos en la sala, involucrándose con el público.
Además, tenemos la exposición Espesa savia que, a partir de la reflexión de artistas de varios países, aborda cómo se define el trópico y qué es lo que entraña todo este concepto desde el período de la Conquista. El título refiere a la savia del árbol del caucho y cómo en el amazonas está relacionado con la depredación.
Con un programa que contempla música, danza, poesía, cine y artes visuales, ¿cómo se consigue un balance en la generación de contenidos para lograr un diálogo entre ambos o el desarrollo de sentido?
Como mencioné anteriormente, desde los orígenes, cuando Juan José Arreola fundó la Casa del Lago, se definió como un espacio multidisciplinar. Era natural: él formaba parte de un grupo de artistas que trabajaban con artes visuales, teatro, música, literatura, etc. Y los 18 directores que hemos pasado por aquí hemos mantenido esos criterios, cada uno con su toque.
Ahora tenemos, por ejemplo, el Festival de Poesía en voz alta que lo inició José Luis Paredes Pacho —actual director del Museo Universitario del Chopo— con la intención de dar continuidad a las lecturas de poesía pero con un carácter contemporáneo, incluyendo todo tipo de manifestaciones poéticas y que, al mismo tiempo, fuera un festival con una poesía escénica. Así, se integraron manifestaciones como el slam, el hip hop y una gran variedad de planteamiento poéticos que existen, donde también entra lo audiovisual, la poesía concreta, instrumentos tecnológicos para generar distintos sonidos, etc. Yo he continuado he continuado el festival con una diferencia: decidí invitar a un programador en cada edición, para que cada uno defina un hilo conductor. Bajo este esquema, algunos festivales han sido “La lengua no alcanza” o “La poesía se hace en la boca”. Este año tuvimos, por primera vez, a una poeta extranjera, alemana, que propuso el tema de “Consonancias poéticas, complicidades sonoras”. Para el próximo año, la programación estará a cargo de Anne Waldman, que es una poeta de la generación beat de Estados Unidos.
De igual manera, el 7º Festival de tango. Cuando yo llegué, el proyecto era una especie de verbena, pero decidí darle un planteamiento que también pudiera ofrecer cierta información al público. A mí me interesaba aprender sobre tango, su historia, sus orígenes, así que decidimos dedicar cada edición a una personalidad de este baile. El primero que realizamos bajo este planteamiento fue sobre Homero Manzi, después Aníbal Troilo —el bandoneón mayor de Buenos Aires, que coincidió con los 100 años de nacimiento—, el año pasado lo dedicamos a lo desconocido de Libertad Lamarque, y este año está dirigido a Enrique Santos Discépolo que es el profeta del tango y un personaje multifacético: fue actor, director de cine, poeta, letrista, compositor, etc. El programa contempla charlas, conciertos, etc. Desde hace 3 años participa con nosotros el presidente de la Academia nacional de tango en Argentina, Gabriel Soria, que es un verdadero erudito del tango. Él nos ayuda con algunas charlas, participa en un concierto didáctico y selecciona una serie de películas enfocadas a conocer a Santos Discépolo. Este festival contempla música, danza, hay clínicas de música —esta ocasión incluye flauta, piano y guitarra— y de baile. Además, habrá comida argentina para que la gente pueda estar en el Bosque de Chapultepec todo el día.
El flamenco también está presente en Casa del Lago, con un programa que se lleva a cabo en noviembre. Y desde hace dos años tenemos el Festival de son, que el próximo año tendrá a Cuba como invitado. Desde su primera edición nos dimos cuenta que no había en la ciudad un festival de este tipo, los grupos de son afroantillano están en los bares, la dinámica es muy distinta: estar en un escenario de un centro cultural universitario otorga un peso que a los grupos les ha sido muy significativo. La característica de este lugar, que está en el Bosque de Chapultepec, es diferente: las presentaciones se presentan de día y no hay bebidas, el contexto le otorga otro toque y otras posibilidades.
Por otro lado, me gustaría mencionar el espacio sonoro que está en el jardín, justo a la entrada, donde pusimos un equipo de 8 bocinas alrededor que permiten la especialización del sonido. Nació hace dos años y cada mes, un artista sonoro diferente nos propone una pieza, que se presenta con un concierto en vivo. En la ciudad hay tres espacios sonoros: uno en el MUAC —que es el de 24 bocinas en un espacio cerrado—, otro es en la Fonoteca — también con un equipo octofónico— y el de aquí. Pero cada uno le aporta características distintas. En lo personal me gusta mucho, porque normalmente los conciertos se realizan en domingos y ponemos petates, invitamos a la gente a pasar. Las familias se sientan y se quedan muy sorprendidas por lo sonoro. Aquí es cuando dices: «Híjole, sí estamos haciendo una labor interesante», sobre todo por la posibilidad de ofrecer a la gente algo que no se esperaba. Siempre buscamos presentar proyectos de gran calidad para que la gente se tope en un centro de la UNAM con una oferta que no encuentra en otro lado.
También contamos con música de cámara o teatro. En teatro nos interesa muchísimo trabajar con jóvenes. Los ex alumnos del CUT han estado formando sus compañías, nos parece súper importante poder apoyar sus primeras presentaciones. El resultado es muy interesante. Es una labor que sí le corresponde a este espacio: tener, de alguna manera, una extensión de la capacitación de los alumnos.
Otro programa es Músicas del mundo, que tiene la intención de enriquecer la gama de música haciendo converger diferentes culturas. Como parte de la oferta de musical también tenemos Jazz en la ciudad —con la colaboración de Musitec— o Sonidos urbanos, que surge en la época de José Luis Paredes Pacho. Casa del Lago se conoce también por sus conciertos de rock. Y así como con el escenario que se presta para el son, que comenté anteriormente, sucede algo similar con estos conciertos. Aquí pueden venir niños, jóvenes menores de edad, familias, etc.
Si bien cada espacio cultural a cargo de la UNAM tiene sus propias particularidades, ¿cuál debe ser la misión hoy en día, tomando en cuenta las particularidades del presente, de un centro cultural universitario?
Es una responsabilidad enorme, un centro universitario tiene el peso de ofrecer al público lo mejor. La UNAM tiene grandes posibilidades, sobre todo con respecto a la diversidad, la experimentación y el cuestionamiento de las cosas. Y aunque hay una gran responsabilidad en lo que presentamos, no hay censura. Y eso es muy importante. Podemos plantear cuestionamientos muy fuertes desde aquí, me parece que se hace en todos los centros culturales de la universidad. Por ejemplo, cuestionar al sistema financiero, la cultura, los fabricantes, a quien envenena con refrescos, la agricultura con semillas transgénicos. Son fenómenos muy difíciles de frenar, la única manera que se puede hacer es haciendo consciencia en cada uno de nosotros y tomar una postura. Sí creo que la universidad tiene esa posibilidad y esa obligación de hacer reflexionar, de no irnos con la finta de la cosas. Yo tengo un lema que lo tome a partir del tema de Ayotzinapa: la cultura puede contribuir a contar con una sociedad más libre, más justa, más solidaria y también más exigente.
En eso trabajamos, a través del cine, la música, etc., sabemos que es la manera de tener una consciencia más responsable, porque el mundo está muy difícil, nuestro país está fatal, nuestro gobierno está fatal, imposible.