Por Stephan Dillemuth y Jakob Jakobsen, Agosto, 2016 | Traducción: Ching Shih Traducciones, María José Chávez y Aline Hernández.
Recuperar la Autogestión
La primera parte de nuestro texto ‘No Hay Alternativa: EL FUTURO ESTÁ EN LA AUTOGESTIÓN’ (TINA1, por sus siglas en inglés), fue primero publicada en el 2005, un período en el que ‘los espíritus animales’ de la acumulación rampante estaban aún ebrios de su propio sentido de infalibilidad. En aquel momento, no podíamos dejar de notar un exceso de confianza y arrogancia similar en la actitud de las clases políticas, directivas y profesionales que avanzaban hacia las capas más profundas de las instituciones culturales y educativas.
Por ello nos sentimos inseguros respecto a aceptar una invitación para especular sobre la autogestión, extendida por un órgano de control que recientemente había reivindicado su postura en cuanto a su tendencia y discurso. La organización en cuestión, el Instituto Nórdico de Arte Contemporáneo (NIFCA, por sus siglas en inglés), se tornó vulnerable cuando la programación de corte progresista, por la cual había ganado reconocimiento internacional, perdió sincronicidad respecto a los cada vez más limitados y estrechos intereses de sus patrocinadores políticos. Sin mayor consulta, en el 2006 el Instituto fue cerrado y sus financiamientos fueron redirigidos a una organización ‘más controlable’, sin oposición pública o protesta significativa alguna.
En TINA1 buscamos re-pensar la autogestión, un término que había ganado fuerza como medio para encubrir reestructuraciones organizativas, lidiar con la crítica y realzar trayectorias profesionales. El texto buscaba devolver la autogestión a su léxico rebelde y revolucionario, confrontándola también con los términos ‘auto-ayuda’ y ‘espíritu emprendedor’, con los que se había comenzado a confundir, y cuya tendencia era estabilizar y ampliar la hegemonía institucional en vez de cuestionarla.
Eso fue en el 2005 —un mundo lejano— antes de que las contradicciones sistémicas empezaran a tornarse más pronunciadas y explotadas con tal frecuencia y con tal violencia y fuerza cegadora que los espíritus animales se desvanecieran, la imagen del eterno crecimiento fuera devastada y para la mayoría, fueran ahora ruinas las que circundaban.
La Resurrección que viene
En medio de un periodo de lucha intensa, de violencia y revueltas sociales, ¿quién necesita de economistas y comentaristas para recordarnos que esta es la peor crisis financiera que hemos atravesado, aún más aguda que la última? ¿Tan aguda como la de la década de los 90, 80, 70, y la segunda mitad de los años 20? ¿No está todo el tiempo alrededor de nosotros la evidencia? En las intensidades de las luchas laborales y los suicidios de los trabajadores en China y el Sureste de Asia, en la ulterior desposesión de los pobres en EU, o en los efectos punitivos de las medidas de austeridad impuestas por doquier, particularmente en aquellas economías neoliberales Europeas alguna vez vistas como ejemplares, tales como Grecia, Italia y España.
Por décadas, las catastróficas consecuencias con las que ahora lidiamos fueron diferidas al aumentar la rápida expansión y contracción del mercado, auge y caída. Aquí la crisis jugó un rol fundamental en el seductivo y sincopado ritmo de la ‘destrucción creativa’. La caída fue aplazada al ser vendida como auge -lo cual sin duda dejó ver una cierta creatividad. Una fórmula de proporciones casi redentoras fue divisada para cubrir el desastre, mientras que la supuesta necesidad de la desinhibida expansión del libre mercado podía sostenerse sancionando incluso el saqueo global más descarado. En conjunto, nuevas formas de desplazamiento, maniobras, embrollos y re-inventos, de fenómenos problemáticos, por decirlo de otro modo, permitieron que todo —incluso la deuda y la pobreza— continuara sirviendo a la acumulación capitalista.
Una temprana respuesta al colapso financiero del 2008 fue el eslogan ‘No pagaremos por su crisis’, que más tarde dio paso a la enunciación más mordaz ‘El Capitalismo es Crisis’. Esto destacó el hecho de que los más vulnerables no sólo están pagando un caro precio por la crisis, sino que la crisis está implícita en un sistema donde tal violencia y tal destrucción forman plenamente parte de su reproducción. En este punto debe hacerse una distinción entre crisis económica e ideológica. La primera es parte integral de la lógica de acumulación capitalista, que en su modo neoliberal ha sostenido que los ‘libres’ mercados tienden hacia la regulación de sí mismos y pueden por lo tanto inferir crisis como una manifestación temporal de dicho principio. La segunda es consecuencia de la primera: una ruptura en la creencia del capitalismo compuesta por profundas crisis sociales. Las clases medias más establecidas, por ejemplo, han sido arrojadas a la duda de sí mismos, habiendo perdido el sentido de hegemonía global y las seguridades materiales que durante décadas dieron por sentadas. Los pobres del mundo, mientras tanto, están como siempre siendo empujados aguas abajo.
Es esta congruencia de las crisis económicas e ideológicas la que ha exacerbado la miseria por doquier —y, con ello, evocado fuerzas revolucionarias potenciales que aparecen ahora en las superficies. Conforme las cifras de los recientemente empobrecidos y proletarizados continúan aumentando, las clases medias precedentes se sientan cachete con cachete junto a aquellos cuyas esperanzas de escapar alguna vez encarnaron.
¿Pero podría decirse que esta recomposición es parte de un proceso revolucionario más generalizado? En cambio, lo que vemos es que las resurrecciones de tendencias zombies que están por venir, son plenamente compatibles con la lógica capitalista: nacionalismo, populismo, xenofobia y una obsesión con la seguridad —con el ser flanqueados por la propaganda, la vigilancia, el régimen dictatorial y/o estructuras tipo mafia.
La austeridad disciplinaria es presentada como una acción correctiva necesaria, una respuesta de emergencia a las crisis económicas y al colapso de los mercados globales. Si ello fallara en convencer, siempre está la historia de algún ‘sector público gastando de más’ y ‘viviendo a lo grande’ —un despilfarro popular para justificar el sacrificio colectivo. Después de todo, ‘estamos en esto juntos’. Estas narrativas son típicas de los exiguos intentos del capitalismo por legitimar sus excusas.
Bajo las ruedas
En las décadas recientes hemos visto una contigua integración de las dinámicas mercantiles y la cultura. Hemos atestiguado el continuo ascenso de las Industrias Creativas. Éstas prometían la liberación de los trabajadores alienados de Marx hacia un proceso de autonomía y autorrealización creativa. Mediante la creatividad exhalada por las manos y los corazones, otorgarían al capitalismo un rostro humano. Los artistas, con su idealismo, flexibilidad y entusiasmo, guiarían ‘su triunfante procesión alrededor del mundo’. Las esperanzas de este espectáculo fueron dobles: fortalecerían las creencias en la nueva fórmula capitalista y disfrazarían el hecho de que, como tantas otras cosas, la riqueza producida bajo el signo de la creatividad es el producto de una proliferación de especulación, de una creciente deuda. Y mientras tanto, bajo los engranajes de la procesión, talleres clandestinos, trabajo de menores, privatización de los comunes y el resto de desastres que acompañan la guerra de los ricos versus los pobres siguen sin debatirse.
Como trabajadores del sector educativo y cultural, debemos reconocer que lo que pasa por crítica y politización, particularmente dentro de la comunidad del arte contemporáneo, ha probado ser aún más cínico que temido. Imitando las estrategias de la administración corporativa, las instituciones artísticas han adoptado la retórica de la responsabilidad social y la ética de gobernanza con el objetivo de parecer progresivas.
Bajo el disfraz de tendencias artísticas como la estética relacional o el nuevo institucionalismo, y de agendas estatales como la inclusión social, los privilegiados continúan con sus danzas nupciales. Las agendas políticas fueron despolitizadas, la lucha fue removida de la política mientras que las glamorosas instituciones se vestían como centros comunitarios y las corporaciones como casas de caridad. Aunque esto pudo no haber convencido del todo a los progresistas y reformistas radicales, ellos fallaron en exponer un proceso más profundo de des-estructuración, de vaciamiento organizativo y consolidación de las relaciones de poder existentes.
Con el reciente colapso económico y la crisis ideológica del capitalismo, las ramas más progresivas del panorama institucional cultural se adentraron en un vacío, demostrando tanto pánico como parálisis. En algunos casos las superficies institucionales se tornaron más porosas y abiertas, mientras que en otros, se congelaron y contractaron aún más, tornándose aún más rígidas y conservativas. Bajo el peso del movimiento de ‘Occupy Wall Street’, el espacio Artist Space en Nueva York demostró, por ejemplo, cómo ambos procesos pueden ocurrir simultáneamente. En este caso, la administración apoyó al inicio su propia ‘ocupación’ por artistas-activistas. Pero el progresivo escenario ideal de participación ‘desde abajo’ se tornó de pronto indeseable cuando la ‘falta de demandas claras’ fue tomada como el motivo por el cual se hizo un llamado a la seguridad y se desalojaron a los ocupantes del inmueble.
En 2008, una violencia y confusión institucional similar marcaron el escenario de la 28 Edición de la Bienal de Sao Paulo, en la cual la planta baja de la masiva muestra permaneció abierta para ‘la comunidad’. Cuando el grupo de graffiti urbano pixadores entró al espacio con sus latas de aerosol, como pudo esperarse, fueron desalojados forzosamente por la seguridad y la policía. Esta no era la ‘participación’ adecuada. Los estudiantes de la Universidad de Berkeley que ocuparon Wheeler Hall en 2010 no corrieron con mejor suerte: aunque la Administración no se enfrentaba más que a ‘una sentada pacífica’ llamaron a la policía del campus, quienes utilizaron gas pimienta para echar violentamente a los estudiantes de su hogar institucional.
Cuando los antagonismos no son eficazmente negociados o suprimidos, las instituciones tienden a manejar un bajo perfil ya sea reproduciendo la narrativa estatista de que la crisis es una anomalía que puede superarse, o rebuscando silenciosamente métodos para no ser cortadas o cerradas.
Si podemos estar seguros de algo en este momento, es de esto: para nosotros no habrá fianza. De hecho, es aún peor -comunidades, casas, espacios de trabajo y organizaciones han sido llamados para facilitar la nueva fase del desarrollo del capitalismo. La pregunta es: ¿qué haremos al respecto? Lo cual sólo es interesante en la medida en que es lo mismo que preguntar ¿qué podemos hacer al respecto?
Esto es, mientras permanecemos sujetos a un sistema engranado que tiende a exprimir dinero hasta de los escombros que produce, la tarea, desde nuestro punto de vista, es recordarnos a nosotros mismos que estos escombros pueden ofrecer una entrada relativa pero significante: a saber, un sentido esclarecedor de que no hay futuro neoliberal por construir, que ya no estamos obligados a competir como individuos por un pedazo del mundo del libre mercado. Con este telón de fondo, podemos determinar a aquellos en el sistema del arte por su posición y por lo que tienen que ofrecer en la preparación de una sociedad post-capitalista.
Carrera hacia el abismo
Sigue siendo urgente examinar cómo las instituciones aprendieron a exigir a sus sujetos (trabajadores, estudiantes, consumidores) a aceptar menos (salarios, recursos, apoyos) al tiempo que debían pagar más (cuotas y trabajo voluntario). Esto incluiría la intensificación del ‘vaciamiento’, donde las instituciones subcontrataron amplios sectores para cubrir su oferta de actividades, la base de su programación cultural que continúa legitimando su existencia. Y más recientemente, la retórica de la ‘des-institucionalización’ que, apartada de su contexto original vinculado con la salud mental y el cuidado de la comunidad, ganó aceptación entre los profesionales del arte como parte de una pragmática respuesta institucional a las agendas de austeridad.
El falso modo de consulta asociado con este discurso se han generalizado, demostrando que una mayor ‘apertura’ a fuerzas externas (y críticas) puede mitigar el impacto inmediato de la disminución de los fondos y huecos en la programación al asegurar participaciones gratuitas en todos los aspectos, desde los contenidos hasta el desarrollo estratégico organizativo. A modo de ejemplo, el Instituto de Arte Contemporáneo en Londres, al borde del colapso a finales de 2009, reunió representantes de la «comunidad artística crítica» para asistir a The Reading Group, un foro de discusión sujeto a invitación. Las preguntas de partida, aunque generalizadas, poseían claramente una función estratégica: ¿Qué trabajo podemos llevar a cabo?, ¿cómo podemos encontrar formas alternativas para pensar la producción y el trabajo? y ¿cómo podemos actuar colectivamente?
¿Cómo empezamos entonces a relacionar el impacto material de la ‘carrera hacia el abismo’, que podemos ver en todas partes —todos compitiendo todo el tiempo contra todos— con lo que aparentemente es una necesidad personal y al mismo tiempo institucional y, en efecto un deseo, por cooperar, trabajar juntos y autogestionarse? Para contrarrestar esta aparente inexpugnable dinámica, debemos continuar definiendo las características y patrones medulares del sistema, especialmente mientras estos evolucionan y cambian. ¿Tenemos alguna otra opción que aliarnos con esta ira explosiva que se ha desencadenado en las calles, dirigida de forma tan incisiva a los sitios simbólicos de conocimiento, riqueza y poder?
¿Qué rol juegan las instituciones académicas y culturales durante este periodo de acelerados cambios? Dada la actual escala de recortes y devastaciones, estos lugares, donde algunos de nosotros trabajamos, estudiamos, respiramos, plantean una decisión poco envidiable: ¿Apelamos a la autogestión, rompemos con la relación y luchamos contra ella entre las ruinas y aceleramos el proceso de colapso y destrucción? ¿O nos inclinamos por formas más tradicionales de oposición, ralentizamos el proceso en búsqueda de un refugio en medio de la violenta tormenta? Estas preguntas nos persiguen hasta las ruinas, un devastado paisaje donde los términos pueden haber cambiado, pero la lucha, que permanece como lucha de clases, continúa.
Mientras nos adentramos en las ruinas, ¿pueden el sistema del arte, sus instituciones y la producción artística, por ejemplo, jugar un rol en el des-aprendizaje del capital? ¿Pueden figurar en un proceso más amplio de des-educación y des-aprendizaje? ¿Pueden contribuir a la salida, al movimiento hacia fuera del capitalismo? ¿Pueden aquellos en el sector cultural y educativo ubicar nociones de colectividad y comunismo más allá de la especialización que continúa imponiendo el modo capitalista de producción? ¿Pueden estas luchas vincularse, ampliarse? ¿Pueden contribuir a espacios post-capitalistas, des-especializados que posibiliten formas de producción cultural y compromiso, en su sentido más salvaje?
Aquellos con la necesidad de dar continuidad a la autogestión lo harán en relación con los tiempos y ritmos de sus respectivas luchas. Algunos de nosotros nos autogestionamos porque todavía nos es posible y no tenemos otra opción, mientras que otros lo hacen para sobrevivir, para resistir. La autogestión está sujeta a una forma dominante de organización sólo con el fin de diferenciarse de ella. Bien se trate de los trabajadores en las plantas de producción o de artistas-revolucionarios en otros sitios, el deseo de autogestionarse está ante todo atrapado en la contradicción de que tanto afirma como rompe con el orden dominante. Si aceptamos entonces que la autogestión sirve a un propósito y punto específico de cualquier lucha, podríamos también preguntarnos: ¿En qué punto es posible trascender la autogestión? ¿Y cómo se vería esto?
Hacia las ruinas
No hay porque tener miedo a las ruinas, donde algunos de nosotros nos encontramos ya, porque podrían representar el fin de las relaciones capitalistas y la disolución de sus opacos cuerpos administrativos. Resulta difícil sentirse preocupado por los modos en que el término autogestión ha sido reasignado por aquellos para quienes la autogestión está sujeta a su aura de radicalidad con el fin de perpetuar su enfermizo poder. Los resultados deseados de la autogestión no son la afirmación del sí mismo, del individuo, de la institución -sino la negación de dichas relaciones.
Tome la fábrica (otra vez), ocupe las escuelas, colegios, universidades, hospitales, destroce las dictaduras administrativas, menosprecie las reformas, tome el transporte público, descarte la auto-ayuda, bloquee a los emprendedores, supere a los jefes, cancele cualquier contrato poco fiable, acabe con la autoría, vuélquese contra los directores, directivos, curadores, administradores, irrumpa en sus oficinas, libere sus ‘recursos’.
En todas sus formas, la autogestión es un proceso social necesario y básico cuya base inicialmente es un problema o condición, que después es abordado colectivamente. Es una herramienta colectiva, un medio para movilizar habilidades, experiencias, apoyos, recursos y conocimiento. Viendo hacia atrás (y hacia adelante), percibimos su rol en la formación de consejos democráticos (soviéticos, Räte[1], consejos), donde las políticas eran desarrolladas a partir de la fábrica, del jardín infantil, de los barrios —y donde las personas se reunían para organizarse práctica, artísticamente e intelectualmente.
Pero debemos señalar que la toma de decisiones y debates en torno a los procesos ejecutivos y legislativos pueden producir estructuras más amplias y complejas -una unión de consejos. Para poder ganar mayor impacto a través de diferentes experimentos en la autogestión, eventualmente será necesario unir fuerzas, organizarse y vincularse más allá de intereses específicos y singulares.
Emita peticiones imposibles, no realice exigencias, no diga nada, niegue todo, destroce los salones de clase, ponga el conocimiento social en práctica, reoriente aquellos años perdidos de educación, construya nuevas herramientas, socave y cuestione la normalización, destruya el populismo y el nacionalismo, dese espacio, opóngase a la reforma, a las negociaciones, a las explicaciones, no hay demandas en su lenguaje, grite, vocifere, baile, genere alborotos, rompa, joda, haga ruido, permanezca en silencio.
Como hemos visto en luchas recientes, es necesario trabajar contra la tendencia de cortar procesos de autogestión de corrientes potencialmente revolucionarias para ganar tiempo. El contexto y las infraestructuras para esas conexiones están por doquier y en todo momento. ¿Pero cómo pueden conjuntarse de tal modo que sea posible mantener la ‘diferencia’, dar lugar a tensiones y antagonismos, y a que las disputas sean productivas? En el proceso de su propia negación, la autogestión debería de continuar cuestionando términos como el consenso, la unión, la solidaridad y la democracia.
Haga el intento, fluya, continúe moviéndose con otros, disfrute de los fracasos, de los campos, de la comunicación, la interacción es producción, rescriba la historia, redefina la identidad, des-aprenda la propiedad, haga demandas en otro lenguaje, redistribuya lo sensible, des-especilice, re-especiale, re-imagine el presente, socialice la depresión, cree nuevos diccionarios, vocabularios, léxicos, índices, catálogos, nuevos mapas.
Continuar produciendo cultura, a pesar del predominio del capital y sus instituciones, no es un llamado a una utopía autocomplaciente, o un prepararse para una forma de vida separada de la producción y la creación de plusvalía. En cambio, significa probar nuevas formas de colaboración y desarrollar una diferente medida y comprensión del valor. Aquí la producción encarna la mutualidad, el estar juntos, nuevas relaciones sociales dinámicas, todo lo que continúa ocurriendo entre las ruinas, ayudando a acelerar la expansión de los comunes y una transformación total de las relaciones sociales.
Bloquee, deténgase, hágase a un lado, ataque, opóngase, desentierre, confronte, destruya, junte su mierda y entrañas, boicotee, total disenso, compras proletarias, pegue y huya, critique, depúrese, encuentre camaradas inesperados, abrogue, destruya el dinero, vea cómo la mierda se viene abajo, baile entre las ruinas.
Desestabilizar la restructuración capitalista es una tarea clave, continuar ampliando las grietas, bloquear cualquier intento de reformar lo que sea que sea posible. Debemos construir, proteger y defender las comunas y los comunes que serán base para la vida post-capitalista. Como hemos visto, la mayoría de los estados y sus instituciones pueden poner el interruptor en modo de emergencia sin previo aviso, desatando niveles de extrema violencia que son proporcionales sólo a su propio miedo -sin ninguna amenaza real. El nuevo combate está en marcha por todas partes —en el internet, en la calle, en la esfera pública y privada; todos están o bien en un estado de emergencia o amenazados por inminentes invasiones. Debemos mantener las alianzas y continuar desarrollando el lenguaje destructivo que moldee la salida.
Fusiónese, organícense, des-organícense, fluyan juntos, unan fuerzas, intercambien experimentos, experimenten con sí mismos, desháganse de ustedes mismos, lentamente, empiecen a sintetizarse, sincronizarse, enlazándose, dando forma a estructuras, jueguen con fuego, céntrense en los laboratorios de investigación, en formas convergentes de comunicación y colaboración, de anti-propiedad, no-propiedad, sin-propiedad, de no-propiedad, de educación no-patriarcal, de auto-educación, de co-educación, de experimento, arrojen por la borda su profesionalización, experimenten, no programen, abran a la fuerza los archivos, habiten historias, desentierren los huesos de los escombros, reanimen la larga larga memoria de las luchas políticas, victorias y derrotas, activen utopías conflictivas, lleven a cabo conocimiento onírico.
FIN
Anthony Davies (Londres), Stephan Dillemuth (Munich), Jakob Jakobsen (Copenhague) Con el apoyo editorial de Pauline van Mourik Broekman (Londres), Febrero 2012.
*Agradecemos enormemente a Stephan Dillemuth, Anthony Davies y Jakob Jakobsen por permitirnos la traducción y publicación de su texto con el propósito de poder difundir materiales entre la comunidad interesada y enriquecer así los debates y reflexiones que actualmente tienen lugar. Finalmente, el proceso de traducción de este texto se vio alimento por una traducción previa que llevaron a cabo los compañeros de abstractpossible.org
Imagen: Cortesía de Commons Transition.