Por Pamela Ballesteros / @apoteosis | Mayo, 2015
En el marco del Día Internacional de Museos celebrado recientemente, una de las actividades que se llevó a cabo fue un diálogo abierto con la participación de Brenda J. Caro, coordinadora del Centro de Documentación del Museo Universitario del Chopo; Sandra Ontiveros, profesora de la Universidad del Claustro de Sor Juana; Octavio Avendaño, curador independiente; y Melissa Mota, escritora independiente quien participó como moderadora. En éste, se puso sobre la mesa la crisis por la que atraviesa el sector cultural en México, específicamente en la administración de museos de arte contemporáneo públicos y privados.
La ciudad de México cuenta con una diversidad de más de 120 museos, sin embargo este dato no avala contenidos de calidad, ni es garantía tampoco de que su operación sea transparente y sobretodo socialmente funcional.
Uno de los puntos que se tocó en esta sesión fue la programación de los museos, especialmente de aquellos con una vocación histórica definida, cuyo contenido pareciera estar comprometido a incluir obra contemporánea. Se comentó que este diálogo en ocasiones parece forzado debido a la falta de continuidad en los proyectos y en las líneas de investigación, hecho que deviene en una mezcolanza confusa entre las colecciones de arte moderno y contemporáneo. Algo parece suceder de manera interna que no se están guiado acertadamente las programaciones. “Es válido el cuestionamiento, sobre todo en el momento en el que empiezas a ver una uniformidad de los programas y en lo que ofrecen los museos, no pude ser que el Tamayo sea igual que el MAM y que el artista que se presenta en el MAM sea el mismo en el Tamayo ¿por qué?”, apuntó Brenda.
Otra observación fue la de Sandra, en cuanto a la falta de programas públicos que incentiven la vinculación de los museos con la comunidad, las excepciones son, por ejemplo, el Museo Franz Mayer y el Museo Universitario del Chopo, espacios que desarrollan actividades de inclusión que han llevado de la mano con sus respectivas localidades. Aquí yo mencionaría a los numerosos espacios independientes en la ciudad que están funcionando como puntos de exhibición, intercambio e incluso de enseñanza, cuyo surgimiento responde a un vacío institucional que no genera ni las oportunidades, ni la condiciones suficientes para el desarrollo de las expresiones artísticas.
Por su parte, Brenda comentó que un punto clave a tomar en cuenta es que la administración de un museo es, en primer lugar, un cargo político. Mismo que responde a intereses que determinan su operación, que puede funcionar como un acto propagandístico o como un acto de autocensura. Sin embargo, no se trata de polemizar temas superficiales como el fenómeno mediático de selfies, o los actos de censura, por mencionar el tema Nitsch o el caso de Erick Beltrán. La preocupación relevante va más allá, y se trata de una cuestión de ética profesional que es el reflejo —y síntoma— del comportamiento del país en términos sociales y económicos.
Finalmente estos asuntos internos son eslabones que se desprenden de una problemática pública mayor, que rebasa a las industrias culturales y a las instituciones, al Conaculta, INBA y UNAM. Que tiene que ver con años de una legislación ineficaz en términos culturales, aunada a funcionarios públicos sin propuestas de regulaciones acertadas en el marco legal correspondiente. No es novedad que, ante un país en crisis eterna, el castigo presupuestal de cada gobierno recaiga en los sectores “menos sustanciales.” Basta con apuntar la disminución que se anunció hace unos días del gasto al Conaculta por $860 millones, además de recortes al INBA y al INHA.
“Museos como la Sala de Arte Público Siqueiros tienen ya, de acuerdo con su directora, Taiyana Pimentel, una disminución importante de recursos: 40% menos del presupuesto que tendría este año y trabaja con 70% del personal que tenía ante un recorte de 30% del equipo.”[1]
¿Cómo repercute esto en la actividad diaria de los museos? Como se mencionó en la charla, el personal se ve obligado a trabajar en condiciones ajustadas e improvisadas, bajo un esquema que no permite la especialización, es decir, se asumen múltiples labores —a veces sobreexplotadas— para sacar adelante los proyectos. Las herramientas son reducidas y la demanda acrecentada. Contra esto, la búsqueda de apoyos externos de financiamiento resulta una alternativa, sin embargo es una solución variable que depende de una previa aprobación de acuerdo a si el apoyo es viable financieramente o no.
«Hoy se sabe que el área cultural del país encara una severa reducción del 15% de su presupuesto por concepto de «medidas de ahorro» por parte de la SEP y «reducciones líquidas» a cargo de la SHCP»[2]
¿Cómo trabajar a pesar de estas condiciones? La situación no es unilateral y compete a diversos actores. La responsabilidad también recae en la participación ciudadana y en la toma de posturas que realmente involucren un cambio de hábitos culturales. De la misma manera depende de un compromiso por parte del gremio cultural y la comunidad artística, una reacción ante la provocación del papel que están desempeñando las políticas culturales y los programas públicos. Con el mismo ánimo de reconocer la labor que ejercen los museos como centros de encuentro, de pensamiento, de investigación y de educación, vale la pena abrir la reflexión y asumir las complicadas condiciones por la que atraviesan, ¿por qué no existen reclamos o acciones efectivas ante las actuales estructuras presupuestales, mismas que no permiten que los museos operen con objetivos de calidad?
Desde el 19 de mayo circula una carta dirigida a Enrique Peña Nieto, que convoca a la comunidad a firmar como demanda para la restitución del presupuesto asignado al sector cultural. Puedes unirte a la iniciativa, firmar y difundir el escrito aquí.
[2] González Rodríguez Sergio, (columna Noche y Día) publicada en la sección de Cultura del periódico Reforma, 20 de diciembre de 2014. p. 21
Foto: News urban.