Por Sandra Sánchez / @phiopsia | Noviembre, 2014
En el prólogo del segundo acto del Enrique IV de Shakespeare aparece el rumor personificado. El rey ha mandado a su hijo a la guerra; el rumor, con sus múltiples lenguas, va anunciando su victoria al tiempo que anuncia su derrota y su muerte, ¿a quién creerle?: “de mis lenguas brotan constantemente imposturas, que traduzco en todos los idiomas y que llenan de falsas relaciones los oídos de los hombres” Hace más de un siglo Antonin Artaud en Los manifiestos de la crueldad abogaba por una forma distinta de hacer teatro, los principios básicos consistían en que la figura del director y del libreto fueran abolidos a favor de un teatro más cercano a un ritual con el público.
Del 13 de junio al 27 de julio se presentó en el foro El Bicho, El Rumor—autorretrato— juego todavía escénico de Ricardo Díaz, del director Ricardo Díaz. Con una duración que no excedía 60 minutos, el espectador se encontraba en unas gradas que daban a un escenario en donde la puerta de la calle no se cerraba. En el escenario sucedían acciones múltiples: un bailarín realizaba acrobacias, mientras un actor grababa al público con un celular sin cámara. Una mesa con matasellos, papeles y notas era constantemente explorada, “aquellas notas y fragmentos que cuentan una vida, que siempre están dispuestos para una nueva edición”. El espectador elegía a donde enfocar la mirada, sabiendo de antemano que cualquier elección implicaba la renuncia y la imposibilidad de observar la totalidad de la escena.
Frente a la dispersión de los actos se encontraba una constante peculiar, una grabación nos contaba una historia, más que una historia era una exploración sobre cómo resultamos imaginantes. Por un lado tenemos nuestra cotidianidad, por otro lado se encuentra nuestro deseo y lo que nos gustaría que sucediera con nosotros mismos. Tenemos nuestro yo con su limitada posibilidad de acción y el acto de imaginación -generalmente hiperbólico- sobre nosotros mismos. Por ejemplo, yo imagino que soy una persona muy honesta y que siempre digo la verdad, así me presento ante el otro, es más, puedo creérmela y yo misma alabar mi honestidad; sin embargo, cuando algo no me conviene recurro a la mentira piadosa, la verdad no soy tan honesta, pero mientras me imagine así, genero un orden sobre mi vida: alguien descubre mis mentiras y comienza la catástrofe. La obra de teatro se coloca justo en medio, entre lo que imaginamos de nosotros mismos y lo que somos posibles de ejecutar. Nunca se empalman, la ilusión de sincronía también es imaginaria.
El rumor que escucha el espectador en la obra proviene de una investigación del propio director, del libro Botellas al Océano, ¿dónde se puede encontrar? La relación con el libreto-audio se disocia de las acciones que observamos en el escenario: una serie de banquillos por los que los actores transitan, enmarañando los cuerpos, intentando establecer una difícil relación de tránsito, coincide con la escucha de fragmentos como, “no importa si la temo o la disfruto, si me angustia o me da lo mismo, mi reacción es mi posibilidad. Pensarás algo parecido, presumo, abuso”. La acción impacta, hace pensar en los tránsitos cotidianos, los encuentros con desconocidos en el autobús, los cuerpos sorteando un lugar en el viaje en el metro, la relación con la persona amada, con el desconocido y con el amigo. “¿Tememos al rumor? ¿Deseamos su capacidad? ¿Qué posición elegimos cuando nos narramos desde él, a través suyo? Atravesados quedamos. Otra vez.”
Acabó la temporada en El Bicho y, por tradición, se presumía que se acababa un ciclo. Llegó noviembre y el Ex-Teresa Arte Actual abrió la muestra Acciones territoriales, curada por Daniela Lieja. La muestra presentaba el trabajo de artistas que cuestionan críticamente la noción de territorio y nación. La mayoría de las obras consistían en largos videos y archivos sobre situaciones específicas de México, piezas donde se recuenta la historia. El recorrido era bastante largo, cada pieza exigía tiempo y para el final, el agotamiento corporal era síntoma de la gran cantidad de información que el arte contemporáneo trae a los museos. En la penúltima sala había una mesita con sellos postales, hojas y plumas. El rumor habitaba ahora el espacio museístico. Se agradecía la pausa, la silla, el descanso y la posibilidad de escribir sobre lo que fuera: territorios personales yuxtapuestos a las historias de cada pieza. En el contexto de la exposición, resurgió El rumor.
El espacio del museo se convirtió en escenario. Barquitos de papel y aviones, pasaban entre las obras y el público. Era impactante escuchar los discursos sobre cómo resultamos imaginantes en un museo lleno de piezas que narran lo que los departamentos de investigación oficiales dejan de lado. Se repitió el juego de las sillas, la resistencia entre los cuerpos. Los espectadores se relajaron, bebían mezcal o café, miraban las obras y la obra de teatro. El ritual es imposible en un mundo que no comparte el código religioso. Lo que sucedió se acerca más al acontecimiento: el museo que permite albergar algo más allá de las obras, el museo que abre las puertas al teatro para dialogar sobre el modo de imaginar de un arte que se fascina ante el registro, la entrevista, el archivo y la crítica, ¿qué tipo de imaginantes produce?
¿Hasta dónde llegará el rumor?
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