Por Gustavo Cruz / @piriarte
Estoy dispuesto a defender a Corneliu Porumboiu como uno de los mejores cineastas activos del momento. En lo personal, es probable que sea la figura cuyo trabajo más me emociona. Con tan sólo tres largometrajes en su haber, la reflexión es la constante en su trabajo. En su ópera prima, 12:08 al este de Bucarest (2006), el rumano pone entre signos de interrogación la revolución civil que llevó a la caída del régimen comunista encabezado por Nicolae Ceausescu, sin dejar intacto el estatuto de productores de verdad de los medios de comunicación masiva. En su segunda película, Policía, adjetivo (2009), la preocupación es el lenguaje; oculto en una historia policiaca está entrelíneas el conflicto entre las funciones denotativa y connotativa de las palabras. En su tercera cinta, ambiciosa y magistralmente lograda, se busca definir el cine, o –más específicamente– su cine.
Metabolismo o cuando la noche cae en Bucarest (2013) cuenta el romance —o affair— entre Paul, un director de cine que se encuentra rodando una cinta, y Alina, una de las actrices de la película. Partiendo de la descripción más elemental, durante la película sólo vemos a la pareja manteniendo conversaciones en secuencias carentes de dramatismo. La cámara se mantiene casi siempre fija produciendo planos medios o generales con composiciones neutrales y pocos cortes. La cinta aparenta ser plana, en todos los sentidos. Sin embargo, en los diálogos se problematizan muchas cuestiones que abren un segundo nivel de lectura para el filme. Por ejemplo, el primer diálogo dentro de un automóvil, en el que Paul defiende el cine análogo contra el digital, explicando a Alina la influencia que la duración de los rollos de celuloide tienen en el montaje (un rollo de película no permite una duración de más de 13 minutos aproximadamente). Limitación material que modela el producto final; por eso la ausencia de cortes, Porumboiu hace sentir al espectador en la edición la materialidad de su medio.
Esta operación en la que los diálogos dan una nueva luz sobre las acciones del film es repetida en diversos momentos y formas. Por ejemplo, cuando Alina y Paul discuten una de las escenas y la leen una y otra vez desde el guión para, después, actuarla: hay cosas que en palabras no se entienden sino hasta verlas actuadas, por eso el cine. O, de manera contraria, no es necesario verlo todo, como la escena del sexo en la que sólo se ve la puerta entreabierta y basta con los sonidos del encuentro. La maestría cinematográfica de Porumboiu desborda toda la película y podría dar pie a extensos análisis, pero, como se ha dicho supra, hay cosas que necesitan ser vistas (como la endoscopía que violentamente nos ofrece hacia el final de la película y que nos recuerda uno de los elementos del nombre de la cinta, metabolismo) y es por eso que quien escribe agradece enormemente la existencia de un festival como el FICUNAM, en cuya última edición fue proyectada la película.