Por Gustavo Cruz / @piriarte
En Oaxaca hay un movimiento de defensa del maíz nativo ante el embate industrial del maíz transgénico. Francisco Toledo presta una vez más su nombre para visibilizar esta lucha que deviene en defensa de la identidad. En la provincia del sur se siembran 62 especies de maíz, cuya existencia se ve amenzada por los artificios tecnológicos de la modificación genética. En un clima como éste, con el tema hirviendo aún y tras pequeños logros legislativos, el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO) ofrece la exposición colectiva Bioartefactos. Desgranar lentamente un maíz, curada por María Antonia González Valerio, en la que participan los colectivos BiosExmachina, MAMZ, MediaLab y los artista Minerva Hernández, Héctor Cruz, Lena Ortega y Alfadir Luna.
Como el texto curatorial que contiene el planteamiento de la muestra lo hace explícito, la condición del maíz de artefacto biológico modificado por la mano del hombre tras su domesticación hace miles de años podría invitar a considerarlo como un producto humano en su totalidad, desestimando la importancia que a la diversidad de especies le adjudica el movimiento de oposición a la manipulación genética. Pero se olvida que el alimento es también identidad y memoria. Hay quienes dicen que la patria es cuestión de olores y sabores, y pensando en eso, homogeneizar el maíz es homogeneizar oblaciones y sujetos.
“El maíz no es lo que parece. Pretender que esas semillas son de una sola manera y que representan una única cosa, que se pueden producir bioartefactualemnte en la fábrica y que eso no cambia nada es… pretender”, se lee en las paredes del museo. El papel que en la muestra parece jugar el arte recuerda aquí a Benjamin —que pensó tanto y tan bien la modernidad que toda ella parece recordárnoslo–, en su compleja distinción entre primera y segunda técnica. Mientras en sus inicios la técnica era extensión de las capacidades corporales del hombre, ayudándolo a compenetrarse más en a naturaleza y así dominarla —un martillo es un puño que nos permite adentrarnos en la piedra para romperla y manipularla— en la modernidad industrial hay una nueva técnica que parece alejar al hombre de ella, las máquinas median cada vez más entre lo orgánico y nuestras manos. Benjamin adjudica a esta segunda técnica el papel de concentarnos mejor con la naturaleza, pero advierte que bajo el capitalismo, esta técnica tiene sometido al hombre —como siempre, hay que pensar en Tiempos modernos de Chaplin—. Aquí entra el arte. El arte también es técnica pero técnica ociosa que parece entregarse al juego, es la la técnica, dice Benjamin, que logrará hacernos dominar esa segunda naturaleza, librándonos de su yugo.
Así, la agricultura es técnica primera que domestica el maíz para hacerlo nuestro alimento; la ingeniería genética es segunda técnica que nos desborda por motivaciones de interés monetario transnacional y nos arrebata identidad; Bioartefactos. Desgranar lentamente un maíz, es una muestra que pretende dar cuenta del giro que debemos dar a la operación de la biotecnología. Si bien en lo formal es desigual, piezas como las de Alfadir Luna —Container (Arriaga-Ixtepec)— y la colaboración de Marcela Armas con Arcángel Constantini —Milpa polímera (Tractora polímera)— pueden considerarse aciertos muy importantes.
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